Mensaje 2022-Ago-22

Serie: Cultivar la salud emocional (ALEGRARSE)

El gozo del Señor en nosotros

El gozo al que se refiere aquí el apóstol Pablo es el que obra el Espíritu Santo en el corazón de los cristianos, cuando la justicia y la paz se han hecho realidad. Y esto tiene referencia directa con el gozo del Señor, que es la alegría del corazón que proviene de conocer a Dios, de permanecer en Cristo y de estar lleno del Espíritu Santo.

  1. Jesús trajo alegría desde su nacimiento. Cuando nació Jesús, los ángeles anunciaron “nuevas de gran gozo” (Lucas 2:10). Todos los seguidores de Jesús conocen, al igual que los pastores de la Natividad, el gozo que Él produce. De igual forma, Jesús, antes de Su nacimiento, trajo regocijo a María, su madre y a Elisabet mediante el “salto de alegría de Juan” en el vientre de su madre (Lucas 1:44,47).
  2. Jesús fue ejemplo de gozo en Su ministerio. No era una persona melancólica; al contrario, sus contradictores lo culparon de ser demasiado alegre en algunas ocasiones (Lucas 7:34). Jesús se describió a Sí mismo como un novio que disfrutaba de un banquete de bodas (Marcos 2:18-20); habló de su gozo y prometió dar a Sus discípulos un abastecimiento de por vida ((Juan 15:11; 16:24).

El gozo se refleja en muchas de las parábolas de Jesús, incluidas las tres historias de Lucas 15, que mencionan “el gozo delante de los ángeles” (Lucas 15:10) y terminan con un pastor, una mujer y un padre alegres.

Debido a su origen sobrenatural, el gozo del Señor, que es nuestra alegría de corazón, está presente también en las pruebas que se nos presentan en la vida. Sabemos que somos hijos de Dios y que nadie puede arrebatarnos de Su mano (Juan 10:28-29). Somos herederos de “herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera”. Tenemos al Autor y al Consumador de nuestra fe, y, aunque el enemigo se enoje con nosotros, sabemos quién gana al final (Hebreos 12:2).

El gozo del Señor puede ser inexplicable para quien no lo tiene. Pero, para nosotros como creyentes en Cristo, el gozo del Señor viene naturalmente por el Espíritu que vive en nosotros.