Serie: Cultivar la salud emocional
El hábito de mantenerse físicamente bien
El cuerpo debe ser fortalecido físicamente bajo el control del poder del Espíritu Santo, de modo que la persona no ceda a los deseos materiales, sino que sea utilizado con el objetivo de crecer también en lo espiritual.
Al estudiar la vida de Jesús y de algunos de los apóstoles de la vida cristiana primitiva, como el apóstol Pablo, vemos que el fortalecimiento del cuerpo físico ayuda al crecimiento espiritual. En este sentido, es importante considerar algunas recomendaciones como las siguientes:
- Haga una promesa al Señor de hacer lo mejor que pueda para cuidar su cuerpo. Usted tiene la responsabilidad de mantener su cuerpo de tal manera que funcione como el Señor lo creó. Haga todo lo que pueda para asegurar un cuerpo sano. Pida a Dios que le ayude con esto cada día.
- Tome en cuenta que, como cristiano, su cuerpo no es de su propiedad: pertenece a Jesucristo. Usted cede todos sus derechos sobre su cuerpo. Todo lo que haga con su cuerpo debe reflejar que este es propiedad de Dios.
- Programe tiempo para hacer ejercicio tres veces a la semana. Podría incluir caminar, correr, nadar o cualquier ejercicio cardiovascular. La clave es ser constante. Sin disciplina, no verá resultados.
- Comience cuidando lo que come. Conozca cuáles son las comidas que son buenas para el corazón y todo su cuerpo. Limite las comidas que no son sanas y saludables y evite las dietas que están de moda. El bienestar físico debe llegar a ser un estilo de vida.
- Haga de su cuerpo lo mejor que pueda, pero acepte el cuerpo que Dios la ha dado. Es difícil hacerlo, pero deje comparar su cuerpo con el de otros. No se haga ilusiones irreales con lo que los medios de comunicación publican.
El hábito de Jesús de mantenerse físicamente bien nos enseña que debemos tomar la decisión de cuidar nuestro cuerpo por medio de la combinación de una dieta saludable y el ejercicio regular, sin olvidar que es muy importante el crecimiento espiritual y la relación con el Señor.
El Señor Jesucristo nos enseñó que la meta del ejercicio debe ser mejorar nuestra salud para que tengamos más energía física y así podamos dedicarnos a las metas espirituales.