Nació en China el 16 de enero de 1902, donde sus padres, que eran escoceses, trabajaban como misioneros para la Sociedad Misionera de Londres. Desde muy joven demostró grandes aptitudes para el deporte, sobre todo en el rugby y en las pruebas atléticas de velocidad. En 1921, Eric y Rob, su hermano mayor, ingresaron a la Universidad de Edimburgo para estudiar Ciencias Exactas. Eric hizo parte del equipo de rugby de la institución y llegó a ser internacional por Escocia; simultáneamente empezó su carrera como velocista.
En 1923 se proclamó campeón británico de 100 y 200 yardas. En las 100 yardas estableció un nuevo récord nacional con 9.7 segundos, que no sería batido hasta 35 años más tarde.
Al mismo tiempo y por evidente influencia de sus padres, Eric Liddell se convirtió en una especie de predicador de la palabra de Dios por donde iba.
Fue seleccionado para competir en los Juegos Olímpicos de París 1924 en los 100 y 200 metros planos. Liddell era especialista en los 100 metros, pero cuando se enteró de que la final de la prueba se disputaría un domingo, renunció a disputarla (por motivos religiosos, pues el domingo él lo dedicaba a Dios), decisión que fue criticada duramente por la delegación escocesa; también por la prensa británica que lo atacó diciéndole: “Es un traidor a los deportes de Escocia”.
Eric Liddell, había trabajado en su preparación a lo largo de todo el año, tenía convicciones cristianas muy fuertes, las que sostenía por sobre sus posibilidades de fama o éxito deportivo. Para Eric el domingo era el día que estaba consagrado al Señor.
Así las cosas, Liddell decidió que competiría en otras dos distancias, los 200 y los 400 metros. Como no era su especialidad, entrenó muy duro para llegar lo mejor preparado posible. Esperó con expectativa pero tranquilo por la final de los 400 metros. Nadie esperaba que ganara, no alguien que prefería predicar un domingo antes que entrenar. Sin embargo, clasificó para los 400 metros, pero estaba muy lejos de ser uno de los favoritos.
Las finales se llevaron a cabo el viernes 11 de julio de 1924. Cuando se preparaba para ir al estadio, el masajista del equipo le pasó un pequeño pedazo de papel doblado que decía: “Ese que me honra a mí, yo lo honraré” (1 Samuel 2:30).
En el primer evento, los 200 metros, Liddell consiguió la medalla de bronce con una marca de 21.9 segundos por detrás de los estadounidenses Jackson Scholz (21.6 s.) y Charlie Paddock (21.7 s.).
Pero su gran momento llegaría en los 400 metros, donde lograría una victoria completamente inesperada con 47.6 s, que fue además récord olímpico.
En el equipo olímpico británico que estuvo en París 1924 coincidió con otro mítico atleta, el velocista de origen judío Harold Abrahams, que fue el que ganó el oro en los 100 metros planos.
Gracias a su victoria, y a su récord (que estuvo vigente cuatro años), Eric Liddell se convirtió en un héroe en toda Gran Bretaña y más en Escocia. Se ganó el apelativo: The Flying Scotsman (el Escocés Volador).
Pero tras acabar los Juegos, en vez de dedicarse al deporte, Liddell decidió seguir los pasos de sus padres y convertirse en misionero. Volvió a su natal Tianjin, donde se convirtió en profesor en un colegio anglo-chino. Además de valores cristianos, Liddell, que seguía corriendo para su propia satisfacción, también intentaba inculcar a los niños chinos su pasión por el deporte. En 1934 se casó con la canadiense Florence McKenzie, que como él, era hija de misioneros. Con ella tuvo tres hijos.
A partir de 1941 la vida en China se volvió peligrosa debido a la guerra con Japón, y la embajada británica les aconsejó que regresaran a Europa. Liddell decidió quedarse, pero envió a Florence y a sus hijas a Canadá, mientras él aceptaba un nuevo destino en la misión rural de Siaochang. El trabajo era numeroso y todo se entorpeció cuando en 1943, la misión fue desmontada y Liddell ingresó en un campo de prisioneros. Allí se convirtió en un líder, ayudando a los mayores, entreteniendo a los jóvenes y leyendo la Biblia para los demás.
El 21 de febrero de 1945 escribió una carta a su esposa, en la que le decía que se encontraba con dificultades de salud. Precisamente, ese mismo día, Liddell murió repentinamente. Al parecer, sufría un tumor cerebral que empeoró por las malas condiciones del campo de prisioneros. Su muerte fue muy llorada en Reino Unido.
Con motivo de los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008, el Gobierno chino reveló que Eric Liddell tuvo ocasión de salir del campo de prisioneros, debido a un acuerdo entre los chinos comunistas y el gobierno británico. Pero no ocurrió nunca, ya que Liddell renunció a salir para que en su lugar, pudiera ser liberada una mujer que estaba embarazada.
En la década de los 80’s, en honor a su carrera atlética, se filmó la película llamada “Carros de Fuego”.
Este es un claro ejemplo del respaldo de Dios a quienes le honran verdaderamente.
“Dios honra a los que le honran” (1 Samuel 2:30b)