Serie: Cultivar la salud emocional (MANTENERSE FÍSICAMENTE)
Nuestro cuerpo para la gloria de Dios
Cuando nos convertirnos a Cristo, el Espíritu Santo vino a nosotros a habitar en nuestro cuerpo. Por eso el apóstol Pablo dice que somos templo del Dios y dejamos de ser dueños de nuestros propios cuerpos, pues Jesús pagó un alto precio para que cada persona tenga la oportunidad de tomar la decisión de seguirle.
Es necesario enfrentar, con la Palabra y la ayuda del Espíritu Santo, las motivaciones incorrectas del mundo respecto del cuidado de nuestro cuerpo, de manera que lo hagamos de una forma bíblica y que tenga en mente la audiencia de Uno solo, nuestro Señor Jesucristo. En este propósito, es importante considerar lo siguiente:
- Nuestro cuerpo es débil y limitado. A veces pensamos que tenemos una buena motivación porque cuidamos de nuestro cuerpo y valoramos nuestra salud; sin embargo, olvidamos la realidad de que la salud es una bendición de Dios.
Dios nos dio un cuerpo que desfallece (Salmo 73:26), débil y mortal (Filipenses 3:21) que va decayendo (2 Corintios 4:16), pero el evangelio nos hace libres de la esclavitud de vivir para nosotros, y en cambio lo hagamos para Dios en reverencia, ofreciendo nuestros propios cuerpos al Señor (Romanos 12:1-2).
- Un tempo glorioso y eterno. Nosotros hemos sido salvados por gracia por medio de la fe, que es un don de Dios, y no contribuimos con nada a nuestra salvación. El Salvador nos ha comprado con Su sangre para que ahora sus hijos seamos gobernados por Él.
Por esta razón, toda nuestra vida debe ser inspirada por una perspectiva celestial que nos permite entender que, gracias al sacrificio de Jesús y Su vida en nosotros por medio del Espíritu Santo, nuestro cuerpo es ahora Su templo (1 Corintios 6:19).
La disciplina de comer bien y ejercitarse es importante, pero no es más importante que el Dios de la creación. Ahora Él habita en nosotros y nuestros cuerpos y corazones le pertenecen. Nuestros cuerpos serán glorificados y viviremos para siempre, pero mientras vivamos en esta temporalidad, hagámoslo exaltando Su templo y no haciendo de nuestros cuerpos un ídolo que aparte nuestro corazón de Su gloria y quite nuestros ojos de Su eternidad.
En la lucha que enfrentamos cada día de vivir o no para nosotros mismos, busquemos que los hábitos de cuidar nuestro cuerpo sean para doblegarnos delante de Dios y vivir para Su gloria, pues nuestro cuerpo es Su morada.