La Biblia no hace una mención específica acerca del aborto, pero las Escrituras conceden un valor primordial a la vida humana.
La vida es sagrada y de un valor inestimable para Dios:
Nos creó «a su imagen» (“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” Génesis 1:26, 27).
El Creador sostiene la vida: «En sus manos está el alma de todo viviente y el hálito de todo el género humano» (Job 12:10).
Dios, a través de su Unigénito Hijo, nos redimió (2 Corintios 5:19).
Las leyes del Antiguo Oriente (babilónicas y asirias) castigaban cuando se maltrataba a una mujer grávida, distinguiendo varios matices de pena, según fuesen las consecuencias sufridas por la lesionada. El Código de Hammurabi castiga el aborto con una sanción económica, cuya importancia varía según la categoría social de la mujer; únicamente cuando ésta es hija de un gran señor y muere en el parto, la hija del causante del mismo es sentenciada a muerte. En las leyes asirias se trata solamente del aborto de la hija de un señor por causa de otro; éste pagará una crecida multa, recibirá cincuenta azotes y trabajará para el rey durante cincuenta días, o su mujer recibirá el mismo trato, compensando la pérdida del feto con su vida; si la accidentada muriera, el culpable recibirá la muerte. Como se ve hasta aquí, un aborto entre los antiguos era algo que trascendía los muros caseros y era considerado como una verdadera cuestión social.
Entre el pueblo de Dios la ley era todavía más tajante aún: «Cuando dos hombres riñen y chocan con una mujer encinta, de modo que pare, sin que resulte otro accidente, el culpable habrá de entregar la multa que el marido de la mujer le imponga, pagándola tras un arbitraje. Pero si resultare accidente, tendrá que dar vida por vida, ojo por ojo…» (Éx. 21:22-25); es decir, se aplicará la ley del talión.
«Sin que resulte otro accidente» se refiere a que no resulten dañados ni la madre ni el niño expulsado antes de tiempo, como lo muestran Keil y Delitzsch en su Comentario. El verbo hebreo usado, «yatsa», traducido «abortare» en varias versiones castellanas, significa «salir», y la traducción literal del pasaje es: «de manera que su fruto salga». Por ello, la pena en caso de que «hubiere muerte», que era de «vida por vida», se aplica tanto si hay muerte de la madre como del «fruto».
La misma palabra que sirve para designar a las criaturas que no tienen una forma perfecta al nacer, se emplea para expresar lo que es indigno o miserable. San Pablo se compara a un abortivo, con lo cual quiere indicar que se considera el más indigno entre los apóstoles (1 Co. 15:8).